Mi homenaje a Stan Lee.

Ha surgido de manera espontánea. Ni siquiera me lo había planteado durante la escritura.
Cuando escribí La estación de los condenados, tenía que crear un primer nexo en común entre las cuatro protagonistas, las cuales, presenté en sendas entradas anteriores.
Porque, recordemos, estas cuatro mujeres no se conocen entre ellas y viven en ambientes diferentes; Layka está en una aldea situada en medio de un bosque templado, Mila es una esquimal que subsiste en un entorno polar, Lunga pertenece a una tribu en medio de una sabana africana, y Tomoe es una intrépida cazadora que captura sus presas en una selva húmeda.
El primer nexo en común que tienen estas cuatro entornos es la visita periódica de un personajillo simpático que se acerca a estos asentamientos para comerciar con sus habitantes y, de paso, asegurarse de que todos están sanos y salvos. Y aunque se presenta con un nombre diferente para cada una de estas cuatro poblaciones, parece ser el mismo tipo.
Se trata, pues, de un anciano pálido que se caracteriza por su bigote blanco.
Cuando escribí esta novela, no me había percatado de ello. Ni siquiera lo hice cuando ya había terminado con la historia y la repasé para buscar erratas y faltas de ortografía. Solamente me dí cuenta de ello cuando me quedé atrapado en Melide, con la presentación de La estación de los condenados pospuesta por culpa del Covid-19.
¿Un viejito flaco, pálido, simpático y con bigote blanco?
Y que además, se aparece en unos asentamientos aparentemente inconexos entre ellos, como si fueran cameos...
¡¿Es Stan Lee?!
Y supongo que todavía habrá algún ignorante que no sabe de qué estoy hablando; Stan Lee es el autor más conocido de la editorial Marvel, famosa por sus sagas de superhéroes. Aunque últimamente, se le conoce más por los cameos que ha hecho en las adaptaciones cinematográficas de superhéroes de la Marvel.


Y es curioso cómo se coló la figura de Stan Lee en La estación de los condenados, que repito, nunca tuve intención de incluir esta referencia. Ya me pasó algo así antes en El Observador, cuando una profesora de literatura me dijo que yo había incluído versos de Pablo Neruda en uno de los diálogos finales de la novela (cuando a mí, los poemas ni siquiera me apasionan).


Pero supongo que tuvo algo que ver mi intención de denunciar, ante jóvenes lectores occidentales, la práctica de la ablación femenina. Ante este desafío, me vi ante la misma tesitura moral al que el propio Stan Lee tuvo que enfrentarse una vez, tal como cuento en el siguiente enlace:


Así que es curioso cómo funciona la mente de un autor, influido permanentemente por su subconsciente. El genial Stan Lee todavía estaba vivo cuando escribí La estación de los condenados. Pasó a mejor vida mientras estaba buscando editorial para publicarla. Y ahora, gracias al tiempo extra de meditación que me ofreció el estado de alarma, he advertido que había incluido, sin comerlo ni beberlo, esta genial referencia en mi humilde novela.

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