Ciencia ficción para todos.

Como ya expliqué en una entrada anterior, la ciencia ficción que escribo está a medio camino entre la ciencia ficción dura y la ciencia ficción blanda. En esta entrada explicaré algunos de los motivos por los que me adentro en esta corriente.
Uno de los escollos más grandes a los que se tiene que enfrentar un autor de ciencia ficción, el el de poner en práctica ese concepto tan manido y que tan bien funciona, que es el de que el lector se identifique con el personaje.
Es algo muy difícil de hacer en este género. ¿Cómo hacer que el lector se identifique con alguien que puede viajar a otros mundos y se las tiene que ver con alienígenas y otras cosas que son aún más extrañas?
Es por esta razón, que la ciencia ficción es un género que normalmente se dirige a un publico restringido de intelectuales inquietos, conocidos por el común de los mortales como frikis, que son considerados como una insignificante minoría en esta sociedad que nos tocó vivir.
Por lo tanto, si el autor de ciencia ficción quiere mantenerse en esta corriente intermedia del género, tendrá que recurrir a trucos sutiles, para enganchar a la lectura a un público potencial que no tiene que estar necesariamente formado para poder comprender lo que el autor le está contando.
Urge pues que el autor use un lenguaje lo más sencillo posible, sin tecnicismos ni bonitos palabros provenientes de la jerga científica, ni engorrosos datos numéricos. El autor debe tener presente que, además de entretener, una de sus funciones es instruir, pero sin recordar al lector lo ignorante que es.
En mi caso, suelo añadir los datos científicos para hacer avanzar la trama.


Otro truco que funciona bien es que el personaje principal sea muy joven, como un niño. Sería el caso de Telecus Moscagua, protagonista de El Heraldo del Caos. Así se verá obligado a aprender las reglas y los subterfugios del entorno en donde vive para poder salir adelante. Es un juego de aprendizaje que funcionó muy bien en la saga literaria de Harry Potter. De hecho, hoy en día, hay millones de lectores que sabrían sobrevivir en ese mundo lleno de magia y brujería.


Y también está el truco de recurrir a un protagonista que sufre amnesia, y que tendrá que hacer un duro proceso de aprendizaje para conocer el entorno tan extraño en el que vive, y a sí mismo. Así empieza, La colonia infernal, con el mal despertar de uno de los tripulantes de la Weggener.


También hay un tercer truco, que es el de estimular ciertas funciones cerebrales del lector relacionadas con la reproducción y la perpetuación de la especie. Y de aquí, la vida cotidiana de tintes libertinos de la protagonista de La odisea de Tashiko.


Aunque lo que mejor puede funcionar, es partir de una situación cotidiana que de pronto se tuerce. Así empieza El Observador.


Se puede recurrir también a los cuentos de toda la vida y a la literatura universal. Por esta razón, El Heraldo del Caos y La estación de los condenados empiezan con una situación similar; una niña sola en medio de un bosque.


Y una vez que tengo enganchado y entretenido al lector, es entonces cuando voy soltando píldoras informativas sobre ciencia, cosas que, por otra parte, creo que todo el mundo debería saber, como la importancia de la recombinación génica o de la biodiversidad de los seres vivos.
Y ya adentrados en el tercer acto, suelo dejar caer alguna que otra revelación trascendental, que cambia por completo la vida de los protagonistas y también, es lo que intento, del propio lector. Se trata de una pequeña recompensa espiritual que hago a los lectores que se han aventurado a leer mis humildes obras.

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