?bYBA IO I MY KULLTURRA,

Cuando empiezo a trabajar con mis historias, siempre comienzo de la manera más tradicional; con lápiz y papel, o mejor dicho, con bolígrafo y libreta.
Esta primera parte es, quizás, la más creativa de todo el proceso. Me encargo de definir a los personajes, describir los ambientes y, sobre todo, hago que vivan aventuras en las que se enfrentan con grandes peligros, de donde suelen salir victoriosos. Sin embargo, también es la parte en que más se emborrona, y donde se retrocede varias páginas para añadir anotaciones en los márgenes, con la finalidad de sembrar y  preparar al lector para futuros giros en la lectura...
Es en donde más me esmero para crear un relato que entretenga, enseñe y eleve.


Incluso hubo una vez que tuve que añadir todo un capítulo nuevo, porque notaba que a La odisea de Tashiko le faltaba miga y acción en el manuscrito original.


Luego llega la segunda parte del proceso; pasar la historia al ordenador, que es una tarea sencilla cuando ya has pillado práctica con el teclado. Con mis últimas obras, además de que son más cortas, he conseguido reducir el tiempo de transcripción a un mes largo. Cuando pasé a limpio El Heraldo del Caos, una novela de 600 páginas en Word, y 800 en el formato final de libro, me llevó más de tres meses de encierro en mi piso.


Además, durante esta parte de mi trabajo, se consigue que el relato parezca más presentable. También se puede añadir ideas, conceptos y actos nuevos, detalles que enriquezcan la historia. Me pasó con El Observador, en donde tuve que perfilar las respectivas peripecias del reparto coral de la novela.


Sin embargo, es en esta parte donde empiezan los mayores obstáculos para mí; las dichosas faltas de ortografía y gramaticales.
Es cierto que el corrector ortográfico me ayuda con este tema, pero también pasa por alto faltas de ortografía que identifico como correctas en una primera lectura, o deja pasar palabras equivocadas (no distingue sien embargo de sin embargo, o si escribo mal aislado, el corrector me lo convierte en asilado), o no me detecta las redundancias de una misma palabra o expresión a lo largo de un párrafo...
También está la parte de la gramática, pero es una función del corrector informático que tengo desactivada, porque en una ocasión, en vez de indicarme las frases que tenía mal construidas, me las reescribió automáticamente, alterando por completo lo que intentaba expresar...
Y para colmo, la mayoría de estos errores que el corrector informático pasa por alto, solamente los detecto cuando releo el relato de turno  en formato de papel, tras salir de la impresora. He tenido que entrenar a mi cerebro de estudiante de ciencias para detectar estas erratas en una pantalla. Pero a pesar de ello, sigo sin ser capaz de ver todas las malditas falltas de hortografia que salpican mis relatos.
Y así empieza la parte más tediosa del proceso creativo; releer mi relato y corregir las faltas de ortografía y de gramática. Y para mayor angustia mía, los impolutos folios blancos impresos con párrafos negros, terminan salpicados de marcas azules de bolígrafo, para posteriormente corregir esas erratas en la copia guardada en el ordenador. Lo que no sería un problema, si no fuera porque, para conseguir detectar todas esas erratas, tengo que releer la copia de papel una segunda, tercera, cuarta vez...
La copia termina salpicada por marcas de tinta de colorines, cada vez más aisladas con cada nueva lectura..
Y por fin llega el momento en el que ya considero que mi escrito está perfecto, libre de mancha. Y cuando ya he encontrado una editorial que confía en tu criatura y la encuentra rentable, un humilde servidor, embriagado por el gozo del éxito y del trabajo conseguido, envía esa copia que daba por correcta, convencido de que mucha gente va a disfrutar de las aventuras de mis personajes, sin encontrarse con los escollos de las erratas que tanto me costó detectar...
Lo que estaría bien, si no fuera porque siempre llega el día en que un conocido, que ha leído la historia de turno, termina por llamarme la atención por que encontró erratas... No me salió perfecto, sino ferpecto. Y entonces, releo mi relato (¡¡¡¿OTRA VEZ?!!!), el que ya estaba publicado, y vuelvo a encontrar nuevos errores garrafales, que mi cerebro de ciencias no había conseguido ver en su momento.
De hecho ya poseo ejemplares de mis libros en formato de papel con flechas al margen, señalando la dichosa, maldita y j****a errata que en su momento no había sido detectada por mi conservador cerebro de estudiante de ciencias.


Pero la novela ya está en el mercado, y por lo tanto, tengo que tragarme mi orgullo de autor  y consolarme con la idea de que, al menos, el lector se lo pasará bien leyéndolo, que vivirá aventuras, que afrontará terribles peligros y que, sin darse cuenta, aprenderá un par de cosas que probablemente desconocía...



O en otras palabras; ?bYBA IO I MY KULLTURRA,

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