Mis antagonistas crueles.

Cuanto mejor es el malo, mejor es la historia.
Se trata de una máxima en narrativa que intento llevar a la práctica en todos mis libros. Si bien es cierto que, cuando empiezo a escribir un nuevo relato, lo construyo a partir de la vivencias de los protagonistas, no tardo en poner antagonistas en el camino del héroe, que le harán sudar sangre a lo largo de su gesta.


Porque una historia sin buenos (o mejor dicho, malvados) antagonistas es una historia aburrida, que ni siquiera merece la pena ser escrita o contada. Sin antagonistas, los protagonistas se limitarían a permanecer tumbados y ociosos, sin otra ocupación que rascarse la barriga. Una buena historia necesita de un antagonista que ponga a prueba al protagonista, creando una confrontación, un conflicto, un desafío, que obligue al protagonista a tomar decisiones difíciles o realizar valerosos actos, donde el mencionado conflicto se resuelve al final del tercer acto de una manera emocionante.


A la hora de diseñar un antagonista ideal, intento sugestionar en el lector el deseo de aniquilarlo. Pretendo que el lector lo odie, para que no le cueste tachar de malo al antagonista. Así que al contrario que el protagonista, que tiene que despertar las simpatías del lector, el antagonista tiene que ser un ente repulsivo, alguien obstinado en arruinar la existencia del protagonista.


Por esta razón, los antagonistas suelen representar los demonios del autor. En mi caso, los antagonistas de mis libros actúan motivados por prejuicios, que son esos paradigmas aprendidos o heredados por sus antepasados, y que provocan efectos dañinos en el entorno.


Es lo que sucede con los enemigos que Telecus Moscagua, protagonista de El Heraldo del Caos, se va encontrando a lo largo de su aventura iniciática. Empezando por los nobles y el clero de su mundo natal, pasando por piratas-refugiados, cyborgs acorazados de mentalidad comunista, militares endógamos de ultraderecha y ecólogos xenófobos, y terminando con robots exterminadores ataviados con partes de sus víctimas más recientes. Con cada uno de estos enemigos, Moscagua se ve obligado a reaccionar, a luchar si fuese necesario, marcando una nueva etapa en su épica senda de héroe tolkienano. Unos malvados y despiadados enemigos que, sin embargo, también poseen sus más que justificadas razones para luchar.


Tuve que modificar este modelo de antagonista cuando escribí El Observador. En mi intención de demostrar que los personajes de esta novela viven en el mundo actual, los antagonistas son personas que te puedes encontrar en la calle, desde delincuentes de poca monta, hasta poderosos conspiradores geopolíticos que dominan el mundo desde la sombra. Y debido a que el protagonista de esta novela carece de presencia física, y que he construido la historia sobre un reparto coral, me he preocupado de confrontar a cada uno de estos protagonistas secundarios con su propio antagonista. Aunque al final, una vez descubierta la verdadera identidad de El Observador, no tarda en aparecer un antagonista definitivo, que posee sus mismas habilidades, pero le motiva un concepto muy distinto de justicia social.


Con La odisea de Tashiko, volvía a la misma fórmula que apliqué con El Heraldo del Caos. Tashiko se las tiene que ver con una variopinta galería de personajes que son sumamente malvados, cuando no se limitan a ser fríos y pragmáticos.


Y con La colonia infernal, al ser una novela de terror, los antagonistas fueron especialmente sanguinarios y crueles. Movida por una fe ciega en un falso Dios, la mitad de los habitantes de una apartada colonia minera aniquiló a la otra mitad, convirtiendo el lugar en un asentamiento infernal, invadido por crudas escenas dantescas...


Y ahora debería hablar de los antagonistas de La estación de los condenados, esos monstruos invisibles de ojos rojos, que se mencionan en la sinopsis de la contraportada del libro. No diré aquí qué son, porque descubrir la verdadera identidad de estos monstruos es uno de los alicientes para leer este libro. Pero teniendo en cuenta mis antecedentes literarios, que he destripado esta entrada, comprenderán que es posible que no exagero, cuando digo que es muy probable que mi quinto libro sea el mejor que he escrito. Porque cuanto mejor es el malo, mejor es la historia.

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