Los verdaderos Heraldos del Caos.

En mi libro homónimo, digo que la figura del Heraldo del Caos ha surgido muchas veces a lo largo de la historia. Son esos individuos insignificantes que, contra todo pronóstico y lógica, consiguen dar la vuelta a la situación y salvar el día. Es, a todos los efectos, un héroe tolkienano.


Pero, ¿qué es un héroe tolkieniano?
Para empezar este bonito palabro es un derivado de Tolkien, y por lo tanto, es una referencia a este autor y a los personajes principales de sus obras.
Pero que la palabra héroe no nos lleve a error. No me estoy refiriendo a seres con poderes o habilidades especiales, como Legolas, Gandalf o Aragorn. Me estoy refiriendo a los hobbits, esas personitas pacíficas, de las cuales, nadie esperaba que fueran capaces de llevar a cabo grandes hazañas.
Porque, ¿quién se iba a imaginar que Bilbo Bolson sería capaz de llegar a la Montaña Solitaria (en el libro, casi por sus propios méritos), y allí, entablar una conversación picaresca con el malvado Smaug? ¿O quién iba a suponer que Frodo podría soportar el peso del Anillo Único hasta el Monte del Destino? ¿O que Merry convencería a los Ents para que se unieran a la Guerra del Anillo, y más tarde, participar en otra gran batalla? ¿O que Pimpin fuera capaz de evitar la cremación en vida de Faramir? Y no hablemos de Sam Gamyi, un humilde jardinero que de pronto tiene que pelear contra arañas gigantes y algún que otro orco asustadizo.
Porque así son los verdaderos héroes, personas sencillas y humildes, que se ven envueltos en situaciones que les obliga a sacar a la luz el valiente que duerme en ellos.
Así también es Telecus Moscagua, protagonista de El Heraldo del Caos, que ni siquiera era granjero ni jardinero. Se dedicaba a realizar el trabajo más ingrato de su pueblo, el procesamiento de estiércol, con todo lo que ello conllevaba. Pero todo su mundo cambia al conocer a Inés Luz. Telecus experimentó un amor tan fuerte por ella, que llegó a conformarse con que ella fuese feliz, a pesar del mal de amores que sufría al irse Inés con otro...


Sin embargo, cuando Inés es acusada de brujería, y condenada de antemano a morir en la hoguera, Telecus no duda iniciar un gran viaje que cambiará para siempre su concepción del universo. Termina por participar en grandes batallas épicas, hasta que se ganó el alias de el Heraldo del Caos.


Y como dije al principio de esta entrada, en mi libro se menciona que la figura del Heraldo del Caos se repite a lo largo de la historia de la humanidad. Individuos que son capaces de salvar el día contra todo pronóstico y lógica. Un ejemplo de ello serçia el hombre que le dio la vuelta al desembarco de Normandía en la playa de Omaha.
Porque en esa batalla se cumplió la ley de Murphy. Todo lo que podía salir mal, salió mal. Los alemanes ya estaban preparados para repeler el ataque, los tanques anfibios de los aliados se hundieron en el mar, el clima no era el más propicio, las tropas desembarcaron en los lugares equivocados, los nidos de los defensores estaban situados en otros emplazamientos, la fuerza aérea aliada dejó caer sus bombas detrás de las líneas enemigas, sin dañarles... Ni siquiera había fuego de cubertura por parte de la flota naval aliada...
En otras palabras, los aliados no iban a poder salir con vida de ese infierno, y la ofensiva iba a fallar, lo que le sentiría de maravilla al ego hinchado de Hitler.
Pero esta batalla también tuvo su propio Heraldo del Caos. El general Norman Dutch Cota, un combatiente veterano que participó en esta batalla. Comandaba un equipo de soldados, todos ellos más jóvenes que él. Y al ver que estaban desmoralizados ante un panorama tan dantescos, en la que sus amigos y aliados eran masacrados por la aplastante artillería alemana, se dio cuenta de que alguien tenía que tomar el control de la batalla.


Según muchos historiadores, fue su audaz liderazgo lo que consiguió marcar la diferencia en el desembarco de Normandía. Incluso llegó a liderar una carga, yendo él en vanguardia. Y así, contra todo pronóstico y lógica, logró dar la vuelta a la batalla, asegurando la victoria de los aliados.
Y ya sé qué pensarán ustedes. Este tipo de personajes es el que protagoniza las películas de acción americanas. Individuos aislados, solitarios, que son capaces de reducir al grupo de malos de turno de uno a uno, para finalmente, salvar el día.
Pues bien, he aquí otro ejemplo de que no hace falta ser americano para marcar la diferencia Ni siquiera hace falta ser el típico héroe de acción invencible. Y sucedió en España, el 23 de Febrero de 1981, es decir, como quien dice, antes de ayer.


Supongo que recordaran la escena. En plena sesión del parlamento de los diputados, Tejero y sus hombres entraron armados e intentaron tomar el control del gobierno. Sin embargo, no contaban con la entereza de un hombre de casi sesenta años, el cual, de nuevo contra todo pronóstico y lógica, les hizo frente armado únicamente con la palabra. Fue un simple gesto, pero su efecto fue amplificado gracias a que una de las cámaras de televisión del hemiciclo que todavía funcionaban. Toda España pudo ver a ese guardia civil intentando doblegar sin éxito a ese anciano flacucho, y al no conseguirlo, sus compañeros abrieron fuego contra el techo, para evitar que los demás diputados imitasen el acto de resistencia pasiva de Gutiérrez Mellado, que siguió de pie y haciendo ademanes de frustración con los brazos, mientras los demás diputados se parapetaban ante el estrépito del tiroteo.
Cabría preguntarse qué habría pasado si el diputado Gutiérrez Mellado no hubiera reaccionado así ante esa imprevista y violenta intromisión. Su gesto valiente, además de reforzar la idea de que estaba luchando por la libertad de España, al mismo tiempo denigró (o desenmascaró) el carácter violento e irracional de los golpistas. Si no hubiera sido por este otro Heraldo del Caos, el golpe de estado podría haber sido un éxito, devolviendo a España a los tiempos del Franquismo.
Solamente son dos ejemplos históricos, pero como pueden ver, los Heraldos del Caos existen, y ellos solos son capaces de trazar, para bien, el curso de la historia.
Quizás tú, querido lector, eres un Heraldo del Caos, todo un héroe tolkienano, y todavía no lo sabes.
No, hasta que las circunstancias te pongan a prueba.

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