Yo y mis mocos.

En estos días de confinamiento y de vuelta a la nueva normalidad, me he estado acordando de mis mocos.
Porque sepan ustedes que de pequeño yo fui un niño que no podía vivir sin tener un pañuelo en el bolsillo. Estaba obligado a tener ese pedazo de tela a mano, porque estornudaba y me goteaba la nariz. Y no solamente en invierno, cuando pillaba el resfriado anual. También estaba resfriado en otoño, primavera y verano.
Así que, si no fuera poco ser un gallego que se ha criado en una aldea a tres kilómetros del núcleo urbano más cercano, mis persistentes mocos conformaron una auténtica barrera social. ¿Cómo iba a hacer nuevos amigos, o echarme novia, cuando estaba con mocos todo el año? ¿Se imaginan la escena?
-¿Puedo darte un beso?
-No, que tienes mocos. Me das asco.
Por lo tanto, he crecido con complejo de ser un niño enfermizo, que estaba resfriado durante todo el año, incapaz de vivir sin un pañuelo en el bolsillo.
No obstante, mi situación mejoró sustancialmente cuando inicié mis estudios universitarios. Me mudé a pisos de alquiler durante los cursos universitarios. El primer año en Compostela, me había llevado al piso una remesa de pañuelos nuevos, por si tenía que usarlos. Pero tuvieron que transcurrir un par de cursos cuando por fin advertí la anomalía. Cuando vivía en Compostela, no estaba resfriado todo el año. Como mucho, solamente una semana en invierno. Pero el resto del año, me olvidaba por completo de que tenía un pañuelo en el bolsillo. Llegó un momento en el que ni siquiera llevaba uno encima.
Fue entonces cuando empezó a tomar forma una incierta sospecha.
¿Y si no soy tan enfermizo como pienso? ¿Y si hay algo en la aldea a lo que soy alérgico?
Era una idea que ya había barajado antes, cuando observé que yo estornudaba con el olor de la hierba seca, pero a los demás no les afectaba. Pero esta hipótesis cobró fundamento a lo largo de mi carrera universitaria. Y lo tuve más que claro durante los años siguientes de mi vida, mientras intentaba ser dibujante de cómics, o cuando por fin publiqué mi primera novela en formato de papel.


De hecho, hoy en día, tengo varios pañuelos de tela en el armario de mi piso, todavía guardaditos en los envases de plástico en los que fueron vendidos.
La evidencia terminó por ser aplastante. Había algo en la aldea a lo que soy alérgico, y es algo que hay en una granja, pero no en la ciudad.
Pero, ¿qué era ese algo? ¿Cuál era el alérgeno que me tocaba las narices cada vez que me descuidaba, en mis visitas semanales a la casa de aldea de mis padres?
Tenía que averiguarlo. Así que en mitad de mis treinta y tantos años, decidí consultar con mi médico de cabecera. Tras describirle mis síntomas, le pedí que me hicieran el test para detectar cuál es el alérgeno que me estaba tocando las narices. El médico accedió a mi petición, no sin antes advertirme de que existía la posibilidad de que el maldito alérgeno pudiera estar fuera de la lista del mencionado test.
Cuando por fin me pincharon el brazo para hacerme el test, me alegré de haberlo hecho siendo un hombre maduro. Si lo hubiera hecho con diez años menos, no podría haber evitado la tentación de rascarme las irritantes hinchazones que habían surgido en el brazo en cuestión de minutos. También se me hizo un análisis de sangre, para confirmar, mediante pruebas moleculares, que el resultado del test era correcto.
En definitiva, que soy alérgico a los ácaros. Mi sistema inmunológico presenta una leve reacción ante el ácaro doméstico, pero es muy activo ante el Lepidoglosum destructor, que es el ácaro que vive en cuadras y establos.
Cuando por fin descubrí la existencia del maldito ácaro, se me cayó la venda de los ojos. Por fin podía entender por qué estaba resfriado (o creíamos que estaba resfriado) durante todo el año.
Cada vez que hacía frío, me abrigaba. Pero estos ácaros también viven en las mantas y en los abrigos. Así que no empezaba a estornudar porque hiciera frío, sino porque me abrigaba con prendas infestadas con ácaros.
Por no hablar del contacto con el pienso del ganado, o con la maquinaria agrícola. Porque estornudaba con la hierva seca procesada por el tractor, pero no por la que estaba tendida en el campo.
Nunca me cayeron bien las vacas, y ya sé por qué no estaba a gusto con ellas.
Toda la vida pensando que yo era enfermizo y friolero, y resultó ser que un insignificante y asqueroso bichito me estaba arruinando la vida, convirtiéndome en un poco menos que un zombi mocoso.
Existe una vacuna para esta alergia, pero debido a que soy escritor, y no ganadero ni agricultor, se decidió no vacunarme. No obstante, tener este conocimiento a mi alcance resultó ser liberador para mí. Por fin conocía a mi peor enemigo. Por fin sabía como evitarlo, expulsarlo de mi hogar, o incluso matarlo. Solamente tenía que tener ansia de ventilar mi casa con frecuencia, y de tender las mantas al sol para mantenerlas libres de ácaros. Y desde entonces, me aficioné a salir de paseo durante todos los días soleados del año, porque ya era consciente de que lo que de verdad me hacía daño era permanecer encerrado en un recinto poco ventilado.
Así que cuando en este año del 2020, comencé a oír las primeras noticias sobre los primeros brotes del coronavirus en China, también empecé a tomármelas en serio. Porque gracias a que mi némesis es un asqueroso e insignificante ácaro, soy plenamente consciente del poder que puede tener un asqueroso e insignificante bichito en un organismo pluricelular, o en toda una sociedad.
Ni siguiera me sorprendí cuando tuve que aplazar indefinidamente la presentación de mi último libro, cuando se decretó el estado de alarma.


Asimismo, también soy consciente de que, a falta de una vacuna o un tratamiento efectivo para el Covid-19, el conocimiento científico puede bastar para combatir este nuevo enemigo. Así que ya lo saben; distancia de seguridad de un metro y medio, uso generalizado de la mascarilla e higiene frecuente de manos. Son tres cosas muy sencillas, que todos podemos hacer, y que bastan para cortar el contagio. Que no nos está pidiendo que inventemos la penicilina.
Porque si yo puedo evitar a los ácaros, también podemos evitar contagiarnos o ser vectores de transmisión del Covid-19.
Y ahora que estamos en la nueva normalidad en Galicia, portaos bien. Porque si tengo que volver a aplazar la presentación del libro por culpa de algún imprudente, ¡lo persigo! Le trataré peor que a un ácaro.

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