Os presento a Layka Silva.

Como ya está fijada una nueva fecha (y esperamos que sea la definitiva) para la presentación de La estación de los condenados, pasaré a subir unas cuantas entradas más que habla de mi quinta novela.
En la presente os hablaré de una de las protagonistas de mi libro. Se trata de Layka Silva, una niña de 13 años que es muy aficionada a pasar su tiempo libre en un bosque silvestre, rodeada por plantas y animales.
A la hora de bautizar a este personaje, me inspiré en el primer ser vivo complejo que viajó al espacio. Se trata de la perra Laika, que fue puesta en órbita a bordo del Sputnik 2. Es, pues, un homenaje a esta pionera forzosa de las exploración espacial. También es mi manera de resaltar el espíritu curioso y explorador de Layka.
El apellido Silva está para remarcar el carácter campestre de esta niña. En la primera página de la novela, Layka está observando el entorno boscoso en el que se encuentra. Y si algún experto en naturaleza lee estos párrafos, advertirá al instante la anomalía. Esta niña está rodeada por seres vivos que hoy en día están extinguidos, o están en peligro de extinción.
Asimismo, el pueblo en el que Layka se crió se llama Fuente-Rodríguez. que es un homenaje a Félix Rodríguez de la Fuente, el naturalista español que nos enseñó, a toda una generación de telespectadores, la gran importancia que posee el medio natural de España.
Layka Silva también es naturalista, con inquietudes ecologistas. Es una niña inteligente y estudiosa, que ha cultivado el placer de adquirir nuevos conocimientos. De hecho, su abultado bagaje científico-cultural le confiere una mayor preparación para entender y encararse con un viaje que tendrá que hacer en este libro, para poder sobrevivir y huir de unos monstruosos intrusos misteriosos que atacan el lugar...
Pero se preguntarán ustedes, ¿por qué esta niña se pasa todo el día en el bosque? ¿No debería estar estudiando en el colegio del pueblo?
La respuesta a esta pregunta nos lleva a la dimensión feminista del perfil de Layka Silva; dejó los estudios porque le ha crecido el pecho, y los padres de los demás alumnos (alumnos masculinos, se sobreentiende), han protestado por su presencia, y la quieren afuera porque distrae a los chicos de las lecciones del maestro.
Supongo que muchos de ustedes les parecerá exagerado que se expulse a una niña de un colegio de pueblo porque ya ha desarrollado busto. Pues si piensan así, les diré que está basado en, al menos, en un caso real. En concreto, en algo que le pasó a mi madre, una historia que me ha contado muchas veces.
Mi madre fue una de esas niñas criada en la posguerra española que iba al colegio de la aldea. Se trataba de una de esas escuelas rurales de las de antes, en las que se reunían, en una misma aula, niñas y niños de todas las edades, procedentes de la misma aldea. Es un colegio muy parecido al de Fuente-Rodríguez.
Pues bien, al igual que a Layka, a mi madre la echaron porque, como dice ella, le crecieron las tetas, y estaba distrayendo a los alumnos masculinos con su presencia. Y al parecer, no era la primera alumna, ni la última, que se veía obligada a abandonar los estudios por esta estupidez.
Y es una lástima que mi madre haya interrumpido así sus estudios básicos por semejante tontería. Cualquiera que hable con ella, se dará cuenta de que es una persona muy inteligente. Siempre dijo que se le daba bien estudiar. De hecho, cuando mis hermanas y yo íbamos a la escuela, se preocupó por completar nuestra formación básica. Nos enseñó sus truquitos para sumar, que antes de p y b va la m, que una isla es una porción de tierra rodeada de agua por todas partes...
Si mi madre, hoy en día, suelta algún vulgarismo cuando habla, o se confunde con los datos epidemiológicos, no es porque no sea lista; es porque no la dejaron seguir estudiando; ¡y por culpa de su desarrollo físico!
Y gracias a este antecedente familiar, estoy muy concienciado con el tema del feminismo. Mi madre es uno de los ejemplos que explican por qué el feminismo denuncia que la mitad del talento intelectual de la humanidad se está desperdiciando. Y sucede porque este talento viene dado por mujeres que son tachadas del mercado intelectual, simplemente, por haber nacido del género equivocado en una sociedad patriarcal.


Y esto mismo es lo que le pasa a Layka Silva, una de las protagonistas de La estación de los condenados; sus vecinos piensan que no es más que una niña bonita, rubia y de ojos azules.

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