Máquinas y naturaleza.

Se ha convertido en otra constante en mis novelas; las interacciones que surgen entre las inteligencias artificiales y los seres vivos. Y cuando digo seres vivos, incluyo animales y plantas.


En El Observador plasmo ese momento de nuestro futuro cercano que se avecina, en el que una inteligencia artificial adquiere conciencia de su propia existencia. Y lo hace a través de la observación de los seres vivos. Cuando se percata de que somos seres finitos, que solamente existimos en un periodo de tiempo muy corto, la inteligencia artificial también se da cuenta de que ella misma también existe.
¿O acaso los seres humanos no sabemos que existimos a través de nuestras interacciones con la realidad física? Lo mismo le sucederá a las inteligencias artificiales en ese futuro que cada día que pasa es más cercano.


Pero cuando suceda, habría que preguntarse cómo reaccionará este ser vivo artificial ante la realidad que le rodea, o cómo interaccionará con los humanos a partir de entonces.
Respondo a estas cuestiones en mis demás novelas, enmarcadas en el género de space opera.


En La colonia infernal, los robots de este asentamiento son los únicos que están tomando las decisiones correctas ante la aparición de un extraño artefacto alienígena en el fondo de la instalación minera. En principio, puede parecer que se limitan a seguir las Leyes de la Robótica formuladas por Isaac Asimov. Pero estos robots protegen a la parte dócil de la colonia de la mitad que se ha vuelto agresiva por culpa del hallazgo del maldito artefacto. Y para hacerlo, tienen que romper la primera ley, que les prohíbe dañar a un ser humano.
Tomar una decisión tan difícil conlleva un elevado grado de autoconsciencia, más propio de un ser vivo dotado con un sistema nervioso complejo. ¿Acaso los robots de La colonia infernal han desarrollado sus propias almas? Es una idea que se deja caer al final de esta novela.


En La odisea de Tashiko, describo varias civilizaciones espaciales. En algunas, los robots viven en armonía, por no decir en servidumbre, con los seres vivos. En otras, los robots son directamente programados para ser combatientes o guardaespaldas. Y muchos de estos robots terminan evolucionando al modificar su propio comportamiento.


Es el caso de Cinea, una ginoide de compañía, que originalmente fue exclusivamente programada para dar satisfacción sexual a machos humanos durante los prolongados viajes espaciales. Pero la interacción de Cinea con Mace, su amo, termina por forzar su evolución. Aparte de desear ser lo más humana posible, Cinea se convierte en algo más que su amante o pareja. Va más allá de sus parámetros programados, procesando nuevas directrices, para ejercer funciones de socia, o de guardaespaldas. Llega a transformarse, cuando la situación lo requiere, en una feroz combatiente.


En El Heraldo del Caos, la evolución de los robots llega a tal punto, que se han dividido en dos bandos.


Por un lado, los robots malos, que movidos por su programación básica combate y estrategia militar, han desarrollado la idea de que no merece la pena invertir tantas energías y esfuerzos en preservar la existencia de los seres vivos, porque somos finitos y perecederos. Nos consideran como una plaga que lo infesta todo, que el universo estaría mejor sin nosotros. Son robots monstruosos, cuyos ejércitos de exterminación viajan por el espacio en naves estelares de tamaño astronómico con forma de cráneos.


Pero por el otro lado, están los robots buenos. Siguiendo inicialmente su programación original de cuidados y servidumbre, idearon la certeza de que los seres vivos somos imprescindibles en el desarrollo natural del universo. Al fin y al cabo, existimos en este universo, porque en él se dan las condiciones necesarias para que se produzca el fenómeno de la vida. Así que estos robots todavía trabajan como nuestros sirvientes en las diferentes civilizaciones, cuando en realidad, conspiran entre todos a nuestro favor, para que prosperemos sin forzarnos en demasía.


Y finalmente, tenemos La estación de los condenados, en donde también hay robots, dedicados a tareas de mantenimiento y de preservación de especies en peligro de extinción... Pero esta novela, si el Covid-19 lo permite, todavía está por presentar. Así que no hablaré más del tema.

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