Covid-19, humor, política y otras calamidades.

Cuando el pasado viernes 13 de marzo, el presidente del gobierno anunció el actual estado de alarma para evitar el colapso de los hospitales por culpa del Covid-19, no pude evitar acordarme de un chiste contado por mi genial tocayo, Eugenio. Es el siguiente:

¿Saben aquel que diu, sobre un tío que se va de vacaciones, y deja a su madre y a su gato al cuidado de un amigo? A los pocos días de vacaciones, el tío recibe un telegrama de su amigo que dice "Tu gato se ha muerto". Entonces, el tío llama a su amigo por teléfono y le dice:
-Oye, la noticia que me has dado por telegrama... que no hay que decirlo así, a lo bestia. Que es una noticia que hay que contar con un mínimo de tacto.
Y el amigo le pregunta:
-¿Y cómo querías que te diera esta noticia?
Y el tío le contesta:
-Pues tenías que empezar por enviarme un telegrama que diga, por ejemplo, "Tu gato se ha subido a un árbol". Y unos días más tarde, me envías otro telegrama que me diga "Tu gato se ha caído del árbol y se ha hecho daño en una pata". Así, ya me voy haciendo a la idea. Porque entonces, a los pocos días, cuando me envíes el telegrama de "Tu gato, después de caerse del árbol, fue atropellado por un camión, y se ha muerto", entonces ya estaré preparado para asumir tan mala noticia.
El amigo y el tío se despiden y se ponen de acuerdo con este método para dar malas noticias.
Pero entonces, a los pocos días de vacaciones, el tío recibe un telegrama que dice "Tu madre se ha subido a un árbol".

¿Y por qué me he acordado de este chiste en la ya histórica fecha del viernes 13 de marzo de 2020? Porque cuando yo oí al señor presidente del gobierno declarando el estado de alarma, con sus quince días de confinamiento, no pude evitar oírle decir España se ha subido a un árbol.
Porque yo, un humilde escritor de ciencia ficción, que está armado con el conocimiento científico que cosechó durante su carrera de Biología, y sabiendo ya los datos del tiempo de incubación y tiempos de recuperación del maldito virus hijop**a, ya adivinaba que los quince días iniciales no iban a ser suficientes, que al final de esas dos semanas, que el gobierno ampliaría el periodo de confinamiento con el mensaje de España se ha caído del árbol y se ha roto una pata.
También me llamó mucho la atención lo de que la gente siguiera viajando en avión, semanas antes de que España se subiera al árbol. Y lo más probable es que se hacía, porque desde el gobierno se mandaba el mensaje tranquilizador de que la gente siguiera haciendo vida normal.
¿Normal? ¿Qué es normal? ¿Coger el avión y viajar por medio mundo es normal?
No pude evitar acordarme de las declaraciones realizadas en el juicio de la Manada de la violación de los Sanfermines, hecha por uno de los acusados, que dijo que lo que había pasado en ese portal con esa pobre madrileña, fue una relación sexual completamente normal.
¿Normal?
Es decir, que para este acusado, que una tipa se zumbe a cinco tíos, está dentro de la normalidad. Con lo cual, concluí; ¡Estos tíos viven dentro de una película porno! Es que si no es así, no se entiende que piensen que un gang bang es algo normal.
Y sucede algo parecido con los viajes de avión, los que expandieron el Covid-19, a pesar de que los medios de comunicación ya alertaban de lo que estaba pasando a China. Porque se llega a la conclusión de que, para estos viajeros, lo más normal del mundo es coger el avión para hacer sus viajes de negocios.
Y digo viajes de negocios, porque me he dado cuenta de un dato, quizá insustancial e insignificante, pero que los medios de comunicación están obviando, aunque sea porque todavía no es el momento de destacarlo. Y es que los primeros infectados identificados en España, tenían profesiones de gente rica, o al menos, de gente muy acomodada. Eran publicistas, empresarios, gente de negocios... incluso está la presencia anecdótica de una soprano. Y el primer muerto, fue un turista que venía de Nepal.
Con lo cual concluyo que el Covid-19 fue expandido por ricos, se ceba con los más indefensos y, cuarentena mediante, perjudica a los trabajadores más pobres. Es decir, a los que no pueden teletrabajar y vivían al día antes del estado de alarma.


En cuanto a mí, yo soy un friki, como ya he dicho en anteriores entradas. Gozo de una tolerancia muy alta a la soledad y al aislamiento. Pero, por mi profesión de escritor, tengo que relacionarme con gente, ya sea en las ferias del libro, en las diferentes promociones, en la búsqueda de locales para hacer firmas de mis libros, o en las mismas presentaciones. Porque han de saber que, para dos semanas después de la declaración del estado de alarma, tenía programado la presentación de La estación de los condenados, mi quinta novela. Un evento que, obviamente, tuve que cancelar y posponer indefinidamente, hasta que nos dejen salir de casa. Y ha llegado un momento en que no sé qué más me pone nervioso; si contagiarme, si que el encierro se prolongue hasta mayo o junio o si, por fin, se acaba el confinamiento. Porque me he dado cuenta de que cuando por fin pueda volver a mi vida normal, me espera hacer un montón de trabajo atrasado, más un par de viajes de unos cincuenta kilómetros. Y todavía no sé si podré hacer todas esas tareas, incluyendo la mencionada presentación, con la promoción que ello conlleva, sin provocar un rebrote en mi localidad, que haga que el presidente tenga que salir por la tele para decir de nuevo lo de España se ha vuelto a subir a un árbol.

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