Ciencia ficción dura, o ciencia ficción blanda.

En esta entrada hablaré de las dos principales corrientes de la ciencia ficción, y su utilidad contra la presente pandemia de Covid-19.
Ciencia ficción dura. En este subgénero se engloban todas las obras de ciencia ficción en las que el autor está más interesado en exponer datos científicos. Es decir, que son esas narraciones en donde se describen con profusión toda la parafernalia científica, incluyendo datos numéricos y ecuaciones matemáticas. El ejemplo que se suele poner para ilustrar esta corriente, es el de 2001, una odisea espacial, de Arthur C. Clark. Es el subgénero al que se acude cuando el lector desea adquirir nuevos conocimientos. Sin embargo, también es el subgénero que más repele al público en general, porque crea la falsa impresión de que hay que ser un intelectual universitario para disfrutar del género de ciencia ficción.
Ciencia ficción blanda. Este subgénero abarca todas las obras de ciencia ficción en donde el autor está más interesado en contar una historia, que en difundir datos científicos. En otras palabras, que son relatos en donde es mucho más importante explicar lo que les está pasando a los protagonistas, sentimientos y emociones incluidos, que en ser preciso con la ambientación de ciencia ficción. El ejemplo que ilustra esta corriente es la saga de Star Wars, ideada por George Lucas. Es un subgénero denostado por los lectores más intelectuales, los cuales, también son aficionados a señalar las incoherencias científicas que detectan en estas narraciones, que generalmente suelen ser de aventuras, acción o de amor. No obstante, gracias a este subgénero, el público en general se ve atraído por la ciencia ficción, engrosando sus filas de aficionados y seguidores.


Pero hay una tercera vía que se está imponiendo en la ciencia ficción, una corriente a la que pertenece mi obra. En ella se reúnen los relatos en los que se narran las aventuras y vivencias de los protagonistas, al mismo tiempo que se describen conceptos científicos. Es un género que se podría definir como filosofía ficción, y su ejemplo más representativo sería el manga Ghost in the Shell, de Masamune Shirow.
Sigo esta corriente con mis novelas, porque pretendo entretener y educar a partes iguales. Mis personajes viven aventuras, luchan por sus vidas, e incluso se enamoran. Con estas vivencias, atraigo al lector medio a mi obra y, una vez que está enganchado en la trama, es entonces cuando voy soltando pequeñas píldoras informativas, datos científicos que hay que comprender, para entender mejor cómo se está desarrollando el relato. O dicho de otra manera, que me valgo de mis conocimientos científicos para hacer que la historia avance. Así, de manera inconsciente, el lector va aprendiendo ciencia sin darse cuenta. Y finalmente, suelo añadir alguna revelación filosófica-existencial, que altera la percepción de la realidad de mis personajes y, de paso, del mismísimo lector.
Y si alguien piensa que la ciencia ficción no sirve para democratizar el conocimiento científico, le diría que se está equivocando, como están demostrando las cifras de las actuales descargas de Netflix que se están realizando en estos días de confinamiento e incertidumbre. Porque, contra todo pronóstico, las películas que más se están viendo, durante la actual crisis sanitaria del Covid-19, son las que hablan de epidemias, cintas que, por otra parte, eran de ciencia ficción antes de la pandemia, y ahora están catalogadas como dramas.
Cabría preguntarse por qué la gente está viendo estás películas, cuando se supone que el cine debería ser una vía de escape de la opresión de la realidad. Quizá sea para relativizar la epidemia, y comprobar que la situación actual podría haber sido mucho peor de la que es. Pero yo creo que la gente quiere manejar mejor la información que se nos está dando, para comprender conceptos epidémicos, desde el de tiempo de incubación, hasta la de erradicación de la enfermedad, y pasando por las de medidas de contención.
Y concluyendo, que consumir género de ciencia ficción es la mejor manera de democratizar el conocimiento científico en una sociedad, siendo una forma de transmisión de información mucho más efectiva que la de encerrar alumnos en un aula.

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