¿Cómo escribo?

En esta entrada os intentaré explicar cómo es mi proceso creativo.
Toda obra empieza con una idea, una imagen, una premisa, u otra obra de arte. En el caso de El Heraldo del Caos, fue la imagen mental de Inés Luz quemada viva en la hoguera, con un artefacto aeroespacial flotando sobre ella. En El Observador, fue gracias al personaje de el Titiritero, alias, Marionetista, alias Masterpuppet, principal antagonista de Ghost in the Shell; pretendía transportar al Titiritero al mundo actual, el de los móviles inteligentes, el Internet de las cosas y carente de las innovaciones del brillante futuro cibernético diseñado por el genial Masamune Shirow. Con La colonia infernal, me inspiré en los videojuegos de Dead Space, en las partes que más miedo me metían, que no eran precisamente aquellas en donde los necromorfos atacaban a Isaac Clark; para mí, los necromorfos no eran más que objetivos a los que destrozar a tiros, y me asustaba mucho más que los habitantes de una apartada colonia espacial se volvieran locos y empezaran a matarse entre ellos. Y con La odisea de Tashiko, fue el siguiente tema musical el que me inspiró para contar el viaje de una niña pija y mimada que, después de viajar por el espacio, termina por convertirse en una heroína de acción:


El siguiente punto en el proceso creativo, es tener en cuenta la estructura clásica de cualquier historia; inicio, desarrollo, y final. Ya sé que este concepto es muy básico, pero hay que tenerlo en cuenta.
Y paradójicamente, hay que empezar por el final. Tengo que tener bien claro, antes de ponerme a escribir, cuál va a ser el destino de los principales protagonistas; Telecus Moscagua se convierte en el Heraldo del Caos, se descubre el secreto de El Observador, Tashiko es una heroína de acción, la masacre final en el hangar de la colonia infernal...
Y una vez que tengo claro el final de la historia, intento empezar la historia con un inicio que enganche al lector desde la primera página. El Heraldo del Caos comienza con una niña llorando en medio de un bosque, una situación familiar para el lector habituado a los cuentos clásicos de toda la vida. El Observador, con la típica dama en apuros, que recibe mensajes de texto que alertan del amenazante acecho de un violador reincidente. En La odisea de Tashiko, con la atractiva protagonista despertando al principio de uno de sus días cotidianos, en una vida demasiado perfecta, carente de enfermedades, hambre y pobreza, pero no exenta de esporádicos encuentros sexuales. Y La colonia infernal se inicia con el mal despertar de uno de los protagonistas; todos hemos sufrido despertares así a lo largo de nuestras vidas.
Y una vez que tengo arrancada la historia, me embarco en la aventura del desarrollo de la historia, en la que trato de conectar el inicio con el final. Dicho así, parece fácil de hacer, pero he aquí uno de los errores de guión más extendido entre los autores. Si el escritor tiene demasiado claro cuál va a ser el clímax final, puede caer en el error de que los personajes estén haciendo tonterías durante el desarrollo, con tal de que alcanzar el predestinado final. Si han visto la película Life, ya saben de lo que hablo. ¿O soy el único que piensa que estos astronautas se pasan toda la cinta haciendo el tonto con el alienígena Calvin, con tal de llegar al aterrador clímax final?
Cuando me meto en la parte del desarrollo, exploro todas las posibilidades disponibles. Hago que un humilde trabajador estercolero gane experiencia de combate con una accidentada y épica carrera militar, en la que conoce amigos y enemigos, que suelen ser los personajes más interesantes de la obra. Antes de desvelar la identidad de El Observador, cuento varias historias cortas de misterio y de novela negra, que terminan por entrecruzarse entre ellas. Tashiko pasa, de ser una niña mimada, superficial y egoísta, a ser una mujer de provecho y una gran aventurera. Y con La colonia infernal, ricé el rizo, porque creo suspense, insinuando que algo no va bien, y luego, entre escenas dantescas y de gore ultraviolento, el lector se topa con Dios...
Sin duda, la parte del desarrollo es la más divertida y estimulante del proceso creativo de escribir.
En este punto, he que aclarar que no escribo directamente en el ordenador. Antes lo hago en una libreta, porque así, mi relación con la historia es más orgánica, más visceral. Dejo que las emociones fluyan desde mi cerebro a través de mi mano derecha, en donde el bolígrafo se desliza sobre el papel, trazando irregulares letras minúsculas. La magia se produce entonces; se crean nuevos mundos, mis personajes se vuelven sólidos, los protagonistas luchan por subsistir y los antagonistas hacen gala de su crueldad.
Quizá piensen que es una perdida de tiempo trabajar así, primero en libreta, y luego en ordenador. Pero les diré que así se ahorra tiempo y energía. En concreto, me ahorro el tiempo de mirar a la pantalla en blanco del ordenador, preguntándome cuál es el siguiente paso a dar por mis personajes. En lugar de ello, no trabajo con el ordenador hasta que he terminado de escribir la historia de turno en la libreta. Es entonces cuando paso el texto a limpio. Y además, es aquí cuando de verdad me preocupo por la ortografía y la gramática, y de paso, intento mejorar la trama. Cambio el orden de los sucesos para crear un mayor dramatismo final, añado capítulos o párrafos, enriquezco la obra con nuevos personajes o situaciones... Y concluyendo, esta parte de la tarea la llevo a cabo en un mes; si trabajara directamente con el ordenador, tardaría más tiempo, entre tres meses o todo un año.
Luego viene la parte en la que tengo que repasar el texto para corregir las erratas, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez... para después buscar una editorial que quiera publicarme la novela.
Pero ésta es otra historia, y habrá que contarla en otra ocasión.

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