¿Por qué siempre se pierde en el terror español?

En los últimos años, hemos sido testigos de un aumento de producción del cine de terror nacional. Son obras hechas por gente con talento, muy audaces, que se atreven a cumplir con sus sueños, haciendo realidad sus pesadillas...
Claro está que apruebo estas iniciativas, pues la gente que se atreve a realizar cosas nuevas, son las que consiguen innovar, y sus tareas hacen que el cine español esté cada vez más cerca (aunque todavía falta muuuucho trabajo) de que se convierta en una industria, una fabulosa fábrica que convierta en imágenes y sonido cualquier cosa que un guionista patrio pueda concebir.
Sin embargo, he notado una curiosa constante en el género de terror patrio; que sus protagonistas suelen perder. Son superados por las circunstancias, cayendo, en los últimos cinco minutos de película, en trampas producidas por elaboradas redes conspiratorias de origen sobrenatural...
Este fenómeno no se suele dar en el género de terror americano. A menudo, los protagonistas consiguen hacer frente a los peligros que les acechan. Buen ejemplo de ello, son las cintas basadas en las novelas de Stephen King, en donde lo normal es que los personajes principales consigan salir airosos de situaciones realmente escalofriantes...
Pero este otro fenómeno tiene su explicación lógica. Si analizamos la memoria histórica de Estados Unidos, nos encontramos ante una nación que fue fundada a partir de una revolución, que se expandió exterminando y desplazando a los nativos, que sufrió una guerra civil en la que se abolió el esclavismo, y cuyos ejércitos se alzaron victoriosos en la mayoría de las guerras en las que participó, enriqueciendo, a su vez, la economía del país...
Con estos antecedentes, la conclusión a la que llega cualquier norteamericano medio cuando mira atrás, es bien clara; la violencia es beneficiosa y muy productiva. ¡La lucha es útil!
Y es una conclusión que, además de explicar por qué los protagonistas de sus historias de terror salen victoriosos, también nos aclara el continuo auge de su cine de acción (en donde un único individuo salva el día), y de su lucha legal para que cualquier ciudadano pueda poseer armas de fuego...
En cambio, la historia de España es diferente. Durante el final de nuestro periodo colonial, fuimos perdiendo poder cada vez que un nuevo país colonial se independizaba. Y la gota que colmó el vaso llegó en 1898, cuando fueron los propios yanquis los que nos echaron a cañonazos de Cuba. Y para mayor calvario, sufrimos una guerra civil que, todavía hoy en día, divide al país en dos diferentes grupos con distintos puntos de vista políticos...


¿Y cuál es la conclusión a la que llega un españolito medio al analizar su memoria histórica?; que la violencia no es beneficiosa, que es destructiva. ¡Luchar es inútil!
Y de ahí, que la mayoría de los protagonistas de las películas de terror patrio lleguen a terminar mal en la mayoría de las ocasiones. Por esta razón, Clara y Koldo no sobreviven a su banquete de boda en REC 3, o los protagonistas de Darkness terminan atrapados por los seres de la oscuridad, o el malvado personaje de Paul Naschy se sale con la suya en School Killer. Supongo que si algún protagonista pudiera salir sano y a salvo de semejantes encuentros, sería como un insulto al sentido común del espectador español medio.


Y es una tendencia pesimista que se expande a otros géneros del cine español. Solamente se salvan los protagonistas de las comedias.
Pero yo he decidido plantarle cara al influjo pesimista de nuestra malograda memoria histórica. Porque lo cierto es que España es un gran país, pero lo es gracias a sus habitantes. Que como respuesta al secuestro de ese concejal de Ermua, la población se manifestó espontáneamente en contra y los jóvenes se pusieron de rodillas para cantar ETA. Dispara. Aquí tienes mi nuca. O que ante la marea negra del Prestige, se respondió con una marea blanca de voluntarios para limpiar las costas. O que se pusieron a donar sangre ante el accidente de tren en Compostela. O que se manifestaron y volvieron a coger el tren después del atentado del 11-M. O que se mantuvo confinada ante la amenaza invisible del Covid -19.
Que por cierto, no concibo que pudiera pasar cualquiera de estas cosas en pleno franquismo.
Ésta es la España en la que creo. Y su espíritu se refleja en mis novelas. En la desafiante actitud del protagonista de El Heraldo del Caos ante el peligro, en el alto sentido de la justicia de El Observador, en la capacidad de supervivencia de la protagonista de La odisea de Tashiko, y que lo mismo sucede con un par de personajes de La colonia infernal...


Se puede luchar, se puede resistir, se puede sobrevivir, a pesar de todo. Y así se demuestra en La estación de los condenados, mi última novela.

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