Reseña "El Hijo del Hombre".

Todos muertos dentro de 200 años. Es la conclusión a la que se llega cuando un asteroide de gran tamaño, procedente del espacio profundo, arriba al Sistema Solar y forma parte de él con su propia órbita elíptica, prediciéndose entonces que el asteroide en cuestión impactará contra la Tierra en doscientos años, reduciéndola en añicos y convirtiendo todo el sistema en un campo de escombros que a su vez impactarán contra los demás astros.

Este es el punto de partida de El Hijo del Hombre, escrito por Félix Rodríguez Rivas, publicado por Alberto Santos, y que en 2008 fue galardonado con el Premio Andrómeda de Ficción Especulativa. Y se nota que esta obra es de la primera década del siglo XXI, cuando todavía no se había descubierto proxima b y los demás exoplanetas, incluyendo las supertierras, ni se había avistado el Oumuamua, ni se tomaba en serio el contacto con una inteligencia no humana... Pero no adelantemos acontecimientos y, como diría Jack el Destripador, vayamos por partes.



El libro comienza con un escueto prólogo, en el que los protagonistas, Doménico Tofeggari y Gladis Gil, se disponen a rescatar un fresco griego llamado Las damas en azul, para trasladarlo con ellos a bordo de la Santorini, la última nave que abandonará la órbita terrestre para adentrarse en el desconocido espacio profundo. Faltan dos años para que se produzca el fatídico impacto cósmico de consecuencias catastróficas. Y por cierto, el asteroide hijop**a es una bola de nieve que, al exponerse al calor solar, reacciona y entran en erupción cuatro géiseres, lo que a su vez provoca una rotación y se aviste como una cruz gamada desde la Tierra. Con esta forma y siendo tan destructivo, podrían haberlo bautizado con el nombre de Hitler.

Sigue una primera parte en donde Doménico y Gladis viajan a la plataforma de lanzamiento para despegar de la Tierra y subir a bordo de la Santorini. Al mismo tiempo, se va contando todo lo sucedido en los últimos doscientos años, a partir del avistamiento del fatídico asteroide. Con esta parte, el autor pretende zanjar el tema de los preparativos globales de la última migración masiva de la humanidad, incluyendo el primer siglo de caos, guerras y destrucción sin sentido; porque es un tema que podría dar para escribir un libro entero, pero ésta no es la intención de Ballesteros, como se verá más adelante. Mas bien, pretende que el lector se sienta identificado con los protagonistas, porque cualquiera, aunque sea por cuestión del dichoso sorteo, puede llegar a formar parte de la tripulación de cerca de un millón de personas de cada una de las setenta y dos naves del proyecto Arca de Noé.

Además, en esta primera parte, se intercala, con la trama principal, un extraño diálogo de tintes filosóficos, que se da lugar entre un par de misteriosos seres inteligentes, cuyas verdaderas identidades se descubrirá en el tercer acto de la novela.

En la segunda parte se cuenta el día a día de Doménico como uno de los navegantes de la Santorini. En este punto se nos describen las naves espaciales, que son cilindros arrastrados por inmensas velas solares. Como el universo es muy grande y los viajes interestelares son demasiado largos, el pasaje realiza la travesía en cápsulas de hibernación, mientras que una tripulación mínima de unas veinte y pico personas se va turnando para asegurar el buen rumbo del viaje y de la búsqueda de un nuevo planeta que colonizar. Como ya dije más arriba, esta novela se escribió antes del descubrimiento de proxima b y de los demás exoplanetas. Así que el autor vaticina que esta migración pasará de largo del Sistema Alfa Centauro y se adentrará en el espacio profundo, viajando de estrella en estrella y en busca de un planeta viable para ser colonizado. Y como por entonces se creía que nuestra Tierra era un planeta sumamente extraño y singular por albergar formas de vida, la migración interestelar descrita por Ballesteros se prolonga durante miles de años, dejando atrás sistemas estelares carentes de planetas aceptables.

La novela es muy minuciosa a la hora de describir las características técnicas de estas naves impulsadas con velas estelares y que se aprovechan de la gravedad de los astros para ganar velocidad, lo que les permite ahorrar combustible y durar, en teoría, eternamente. Incluso se cuenta cómo son los efectos secundarios del despertar de los pasajeros hibernados, y que la tripulación activa trabaja en una sección que rota alrededor de su eje, para generar así un campo gravitatorio artificial. También se describe lo soporífera que resulta la tarea de navegante de Tofeggari, que se vuelven amenas gracias a las bromas que se gastan entre él y su compañero de navegación. Y es que estas naves están tan bien diseñadas que, prácticamente, navegan ellas solas a través del vasto mar estelar. De hecho, los controles de los paneles de navegación están convenientemente sellados, y la función del navegante de turno es la corregir el rumbo ante obstáculos imprevistos.

Transcurridos unos miles de años de navegación y exploraciones infructuosas, surge la primera sorpresa. De pronto, se capta una señal radiofónica de vida inteligente de procedencia desconocida. No están solos en esta migración.

Con la prolongación milenaria del viaje, urge que la tripulación en activo se reponga con una segunda generación de tripulantes. Por esta razón, mientras Toffegari trata de localizar el origen de la misteriosa señal, pide permiso para despertar a Gladis, que se había enamorado de ella durante el rescate de Las damas en azul, para tener descendencia juntos. Así empieza una de las tramas más entretenidas del libro. Gladis es militar y, por lo tanto, al formar parte de la tripulación activa de la Santorini, una nave en donde la paz y el orden es la norma general, adquiere espontáneamente el trabajo de detective. Mientras avanza con su embarazo, Gladis termina por descubrir una retorcida vendetta que se está llevando a cabo a bordo de la Santorini y que, técnicamente, es un acto de genocidio... Pero hasta aquí puedo leer.

Paralelamente a la trama de esta segunda parte, también se desarrolla el diálogo iniciado en la primera parte, sumándose más interlocutores a medida que la migración avanza. Este intercambio de información dará pistas, al lector inteligente, de quiénes son estos misteriosos seres inteligentes, y de dónde procede la señal captada.

Y es en la tercera parte en donde ambas tramas, la del día a día de Toffegari, y el del diálogo, se funden de una manera sorprendente. Para evitar destripes innecesarios, diré que se trata de un descubrimiento maravilloso, un suceso que se tomaría como milagroso en otras circunstancias. Pero en el contexto de esta migración interestelar, realizar este descubrimiento, justo cuando se encuentra el tan ansiado planeta viable, crea un inquietante escenario de incertidumbre, del tipo de que hay que despertar a políticos y científicos hibernados para llegar a un consenso, antes de formalizar el contacto oficial con esta nueva forma de vida; un contacto que es el verdadero tema de este libro, dejando como secundarias las  tramas de la amenaza inicial del asteroide, la evacuación del planeta o el genocidio técnico descubierto por Gladis.

Aunque, francamente, tal como estamos hoy en día en cuestión de tecnología y hallazgos científicos, no es necesario viajar miles de años por el espacio profundo para descubrir esta nueva forma de vida. De hecho, ya escribí sobre este mismo tema en mi novela El Observador, la segunda que publiqué con Ediciones Atlantis... Pero hasta aquí puedo leer, sin hacer destripes innecesarios de ambas obras.




Después de haber leído esta novela, no me sorprendería que algún astrónomo, que ya conoce este libro, haya estado vigilando al Oumuamua, para ver si el dichoso astro desplegaba una vela solar al abandonar nuestro sistema estelar.

En definitiva, me encantó la lectura de El Hijo del Hombre, cuyo título hace referencia a un versículo de la Biblia que habla de la venida del Mesías, y que también se puede aplicar a la naturaleza del maravilloso descubrimiento que se realiza en el tercer acto. Y ya lo saben, si les gustan las novelas realistas de odiseas espaciales, y todavía no la han leído, les recomiendo El Hijo del Hombre, escrito por Félix Ballesteros Rivas y publicado por Alberto Santos.



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