La mano de Daniel Craig.

 Soy un cinéfilo empedernido. De hecho, es mi único vicio. Mientras otros salen los fines de semana de copas por las discotecas, o van a los partidos de fútbol, o fuman cigarrillos, yo prefiero ir al cine, a ver películas en pantalla grande.

Por esta razón, me sentó fatal lo sucedido en el 2020, por la pandemia y el confinamiento en general, y porque cerraron las salas de cine en particular. Cuando vi que todo se clausuraba por culpa del maldito virus, me dije; Vale, ahora sé que es el fin del mundo.

Recuerdo la última película que vi, en febrero del 2020, la de Sonic, la adaptación de las aventuras del famoso erizo azul de los videojuegos. Desde que empezó el confinamiento, me he acordado del antagonista de esta película, interpretado por Jim Carey. Al final de la película, su personaje se queda atrapado en el mundo champiñón, otra dimensión. Y, francamente, me está dando envidia. Durante este año y pico de fatiga pandémica, más de una vez he deseado quedarme atrapado en otra dimensión, en cualquier otro mundo. Porque seguro que en ese mundo champiñón, ningún microrganismo ha evolucionado para infectar seres humanos. ¡Qué bien se lo ha pasado el personaje de Jim Carey, campando a sus anchas por entre las setas gigantes y al aire libre, mientras que nosotros tenemos que permanecer encerrados y con miedo de entrar en contacto con otros seres humanos!

También me dio rabia no poder ver a Mulan en la gran pantalla, un titulo que encabeza una lista que todavía hoy en día está engordando; cintas que no pude ver en el cine por culpa de la pandemia.

A finales del verano del 2020, con la intención de retornar a las salas recién abiertas, pude combatir mi síndrome de abstinencia con Las Brujas de Roald Dahl. Pero no fue una experiencia como la de antes. Primero, porque todavía hay que llevar la dichosa mascarilla dentro de la sala. Y segundo, porque la existencia de la pandemia ha modificado mi percepción de la realidad. Me explico; cuando una de las brujas le hecha una maldición a la abuela del niño protagonista y esta mujer se pone a toser, no pude evitar pensar en los síntomas del Covid-19. Se supone que se va al cine para olvidarse de los problemas cotidianos, no para recordarlos.

Durante los siguientes meses, el maldito virus se obstinó en quedarse y la pandemia se alarga. Visto el panorama, prolongo mi confinamiento voluntario hasta que por fin me citaron para ponerme la vacuna (de lo cual, hablo en una de mis entradas anteriores). Una vez que me veo inmunizado, me animo a volver al cine. Y para satisfacer el dichoso síndrome de abstinencia, hago escapadas de una semanita al cine, con sesiones dobles al día, si es posible.

Hasta la fecha, hice un par de estas escapaditas. La primera fue en agosto del 2021. Llegué a tiempo para ver La Viuda Negra, una de las películas que estaban programadas para ser estrenadas para el 2020, y que se ha pospuesto (ya saben ustedes por qué). Fue una experiencia agridulce poder visionar, por fin, esta cinta. También pude ver El Escuadrón Suicida, la nueva de Space Jam (¿un anuncio largo del futuro metaverso de la Warner?), Tiempo (cuya trama se entiende mejor después de haber sido testigo del desarrollo de las vacunas en un tiempo récord), y un par de películas más, de cuyos títulos no puedo acordarme ahora mismo.

La segunda escapadita la hice a principios de octubre del 2021. Entre los títulos que he visto, destacaré Sin tiempo para morir, la última de James Bond. También fue estrenada con un año de retraso. La cito, porque, una vez más, la experiencia pasada por culpa de la pandemia volvió a afectar a mi percepción. Porque en la trama de esta película, cobra especial importancia una especie de patógeno sintético, que es un asesino perfecto; se puede programar para que solamente mate a individuos que presenten ciertos patrones genéticos preseleccionados. Si están familiarizados con la microbiología de ciencia ficción, habrán oído hablar de patógenos de laboratorio que solamente ataca a humanos de determinada raza o familia. Creo que el maestro Ralph Barby escribió algo al respecto, sobre un virus que ha acabado con la población negra de todo el mundo.

El caso es que, en una de las escenas cruciales de esta película, cuando va a interrogar a su archienemigo (líder de Spectra, detenido al final de la última entrega), la mano de Bond es contaminada por el dichoso patógeno de diseño, que previamente fue programado para matar, específicamente, al jefe de Spectra. Es un interrogatorio cara a cara, una escena de gran tensión, pero no por las pullas sarcásticas y sádicas que intercambian ambos personajes. Es porque el espectador está atento a dónde apoya Daniel Craig la dichosa mano contaminada, si termina infectando, o no, a su enemigo, provocándole una muerte casi instantánea. Ahora me pregunto si esta atención existiría sin las experiencias acumuladas por la pandemia, cuando hemos aprendido a desinfectar las superficies, a lavarnos las manos y a tener especial atención a qué tocamos con ellas.

Por mi parte, sigo confinado en una casa de campo, atento a las nuevas variantes del virus, añadiendo nuevos títulos a mi lista de películas para ver más tarde (cuando sean estrenadas en televisión), y deseando que sea posible volver al cine en diciembre o enero, para poder ser testigo de la resurrección de Neo en la siguiente entrega de Matrix.




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